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viernes, 30 de marzo de 2012

VARGAS VILA



Por: JAIME LOZANO RIVERA*

Es el escritor más controversial de toda la historia de la literatura colombiana. Presumiblemente también el más prolífico (su bibliografía sobrepasa los 100 títulos).

Escribió narraciones, novelas, obras de teatro, notas de historia, conferencias, artículos y ensayos políticos. Su género favorito fue el panfleto para atacar el expansionismo estadounidense, las dictaduras latinoamericanas, los gobiernos conservadores y el fanatismo religioso. Articuló una crítica radical a las premisas fundamentales del cristianismo. Su escrito “Las Aves Negras” contra los jesuitas le costó la excomunión. Sostenía que los partidos políticos y la religión habían obligado a sacrificarse al pueblo, del cual predicaba: “Toda su vida ha sido pequeñez, chatura, estrechez, necesidad y sin embargo, el cura y el gamonal le hablan de sacrificio”; por esa razón decidió convertirse en su voz. Su técnica novelística fue muy criticada por no ajustarse a los cánones literarios: iniciaba indistintamente con letra mayúscula o minúscula, inventaba palabras, empleaba frases tomadas de otros idiomas, hacía cortes abruptos del texto con puntos suspensivos, líneas o asteriscos; lo que podría interpretarse como una rebeldía contra las normas impuestas por los académicos. Prevalido de su vasta cultura, era un hombre vanidoso, ególatra y presumido, se llamaba a sí mismo “El Divino”. Cuando fue nombrado Ministro plenipotenciario de Ecuador en Roma (1898), se negó a arrodillarse ante el Papa León XIII y expresó “no doblo la rodilla ante ningún mortal”. Sus detractores no mencionaban siquiera su nombre, se referían al satánico, el pernicioso, el degenerado, el disolvente, el pornográfico, el misógino, el lenguaraz despreciable, el desnaturalizado, el luciferino mendaz, el enemigo de la paz, el orden y la autoridad. Prueba inequívoca de ese encono es la obra “Novelistas buenos y malos”, publicada en 1911, en la cual el padre jesuita Pablo Ladrón de Guevara consignó: “Sentimos verdaderamente que sea de esta cristiana república este señor, de quien nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófogo, hipócrita, pertinazmente empeñado en que le compren por recto, sincero y amante de la verdad, egoísta con pretensiones de filántropo y finalmente, pedante, estrafalario hasta la locura, alardeando de políglota con impertinentes citas de lenguas extranjeras; inventor de palabras estrambóticas y, en algunas de sus obras, de una puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes…”. El historiador de la literatura colombiana Antonio Curcio Altamar no se queda atrás, lo acusa de ser detractor del matrimonio, la procreación, el amor y la virginidad; es el ser más opuesto al espíritu y la moral cristiana. Los curas sermoneaban desde los púlpitos ofreciendo las flamas eternas del infierno al apóstata que leyera sus novelas. No obstante, su popularidad como escritor era inmensa, su obra se editaba y se vendía de manera profusa no solo en Colombia sino en todo el continente americano y en España. Alimentaba la imagen de escritor maldito que contribuía a su éxito comercial. Es quizá el primer autor de “betsellers” en español. Sus novelas circulaban en ediciones baratas y precarias en las tabernas, en los corredores de las universidades, en las herrerías, en las oficinas de comercio, en los talleres de sastrería, entre los empleados de los servicios públicos y ferroviarios, en las penitenciarías, en la clientela de los salones de belleza y en las carnicerías. Libros suyos se han encontrado en cafetines de Guanajuato, en los casilleros de los estibadores del puerto de Buenos Aires, en las pescaderías de Valparaíso, en la cartera de una empleada de correo de Montevideo, en los clubes de adolescentes en Santiago de Chile, en una peluquería del Cuzco, en una librería de textos viejos de la Habana, en una “fazenda” brasilera y entre bultos de papa de los bebedores de aguardiente en el eje cafetero. Se tiene conocimiento que los revolucionarios mexicanos Emiliano Zapata y Pancho Villa cargaban sus libros en las faltriqueras, junto con las provisiones y los cartuchos. Lo leyeron Juan Domingo Perón, Laureano Gómez y Jorge Eliecer Gaitán, caudillos que adoptaban muchas de sus frases lapidarias y de sus filípicas para encender el verbo. José María de la Concepción Apolinar Vargas Vila Bonilla nació en Bogotá (algunos aseguran que en Piedras, Tolima) el 23 de julio de 1860 y murió en Barcelona el 23 de mayo de 1933. Gran parte de su vida la pasó en el exilio. Muy temprano participó en luchas políticas como periodista, agitador y orador. Tenía 16 años cuando se enlistó en las fuerzas liberales del general Santos Acosta. En 1884, actuó como secretario del general radical Daniel Hernández, durante el alzamiento que éste dirigió contra el presidente Rafael Núñez. En ese entonces, Colombia era una República Federal constituida por Estados soberanos. El levantamiento del general Hernández, se inició en el Estado Soberano de Santander y muy pronto se extendió a toda la Nación. En 1885 los sublevados vencieron a las tropas del gobierno en la batalla de la Humareda, pero sus pérdidas fueron tan grandes que les resultó imposible continuar las operaciones. El propio jefe de la rebelión murió en ese cruento episodio. Su secretario Vargas Vila huyó a los Llanos del Casanare. Allí escribió “Pinceladas sobre la última revolución de Colombia; siluetas bélicas”. Con este libro nació el Vargas Vila demoledor, iconoclasta y panfletario. En él trazó retratos grotescos de los más grandes jefes políticos de “La Regeneración” (Movimiento liderado por el Presidente de Colombia Rafael Núñez quien aspiraba a unificar el país luego de crudas guerras civiles). Las frases de Núñez las calificó como el vano resultado de “las deyecciones mentales”. Al escritor y expresidente conservador Miguel Antonio Caro, uno de los artífices del proyecto de la Regeneración y defensor a ultranza de la religión católica (a instancias de él, Colombia firmó el Concordato con el Vaticano), le dedicó en el libro “Los Parias” la siguiente diatriba: “gramático pedante nulo, ebrio de latín… con su impudicia de mono coronado de adverbios, pulga Nabucodonosor del diccionario, roedor escolástico, cerdo épico de la literatura, evangelista del clasicismo arcaico, merodac de las catedrales góticas del ultramontanismo medioeval, fanático del absolutismo…”. En 1903 cuestionó airadamente la venta del Istmo de Panamá durante el mandato del Presidente conservador José Manuel Marroquín Ricaurte y el cinismo de éste al responder: “¿y qué más quieren? Me entregan una República y yo les entrego dos”. Vargas Vila lo calificó de tirano, desfachatado, canalla y traidor. Las represalias no se hicieron esperar: se puso precio a su cabeza, lo que lo llevó a afirmar: “las fieras humanas que me persiguen husmean mis huellas”. Dentro de la producción literaria de Vargas Vila cabe destacar: “Aura o de las Violetas”, “Flor de Fango”, “La Trilogía Lirio Blanco”, “Lirio Rojo y Lirio Negro”, “Los Parias”, “Ibis”, “Emma”, “Las Rosas de la Tarde”, “Lo Irreparable”, “María Magdalena”, “La Muerte del Cóndor”, “Los Providenciales”, “Los Divinos y los Humanos”, “Ante los Bárbaros”, “Salomé”, “Los Césares de la Decadencia”, “El Huerto del Silencio”, “El Minotauro”, “Copos de Espuma”, “Yo Rebelde, Yo Hereje, Yo Vargas Vila”. Así mismo escribió el opúsculo intitulado Epitafio: “Cuando yo muera, poned mi cuerpo desnudo, como a la tierra vino; en una caja de madera de pino; sin barniz, sin forros, sin adornos vanos de necia ostentación; poned mi pluma entre mis manos; y el retrato de mi madre sobre mi corazón; y como epitafio, gravad únicamente esto: “Vargas Vila”. A pesar de su deseo expreso de no regresar a “la irredimible Colombia”, como llamaba a su patria, un grupo de intelectuales, contrariando su voluntad, trajo de una tumba catalana sus restos a Bogotá en 1981. De su voluminosa creación narrativa, por lo reducido del espacio tan solo comentaremos dos de sus principales obras: Ibis y María Magdalena. Necesario es advertir que cuando Vargas Vila publica la novela Ibis en 1899, la concepción de “femme fatale” (mujer irresistible que valiéndose de sus atributos físicos y de su astucia conduce inevitablemente a los hombres hacia el peligro), ya había sido determinada y formaba parte de un imaginario social. En esta novela “El Divino”, haciendo gala de su enorme erudición se encarga de desarrollar y afirmar el concepto de mujer fatal. La primera parte de Ibis, comienza con una carta enviada por el Maestro a su discípulo Teodoro. La misiva contiene la tesis central de la novela: “Teme al amor como a la muerte / él es la muerte misma / por él nacemos y por él morimos / seamos fuertes para vivir sin él / él es la maldición /”. Para darle validez a la tesis enunciada, el narrador hace un recorrido mítico-histórico a través de personajes femeninos emparentados con la destrucción y/o muerte: Eva-seducción, Magdalena-tentación, Dalila-destrucción, Judith-mutilación. Los adjetivos con los que caracteriza cada una de ellas, refuerza la idea de peligrosidad de las mujeres. La lógica del texto descansa en las siguientes proposiciones: el amor es muerte, el amor es mujer, por lo tanto, la mujer es amor y muerte; es la conjunción entre Eros y Tánatos. Así, Vargas Vila erotiza a las mujeres bíblicas, cuestionando los sacrosantos principios de una sociedad conservadora como la colombiana. Recuérdese que el Concordato con la Santa Sede de 1887, confería al catolicismo un estatuto jurídico y económico privilegiado, además de hacerlo religión oficial. Ante la presencia de tales féminas, recomienda el escritor, no queda más remedio que disfrutar de su compañía sin caer en el amor: “Ama el placer. No ames el amor. Ama a la mujer, diosa de la carne. Ama por su carne solamente”. La segunda parte de la obra, nos muestra a Teodoro, joven brillante e inteligente, quien a pesar de creerse inmune al amor, se encuentra turbado por el recuerdo de una novicia (Adela), la cual conoció el día de la muerte de su madre. Posteriormente, enamorado de ella, la rapta y la seduce. Esta huérfana que vive en un convento y ha pasado por una infancia enclaustrada y una niñez sin afecto, encaja en el perfil de la mujer virginal, dulce e inocente, que además está emparentada con la imagen de la virgen María, imagen cristiana de la mujer. Como ya se anotó, el primer encuentro entre Teodoro y Adela se produce junto al lecho de la madre moribunda del joven poeta. Adela como mujer piadosa, cierra los ojos a la difunta mientras copiosas lágrimas corren por sus ojos. La imagen de la novicia vestida de blanco, de lánguido y delgado cuerpo da paso a otra: la imagen de Ibis, ave semejante a la cigüeña, de plumaje blanco, sagrado para algunas culturas (egipcia) e impura para la biblia, es decir, encarna lo sagrado y lo profano. A partir de la representación del ave zancuda, la imagen de Adela deviene en una significación de elevación espiritual y símbolo de pureza: “blanca aparición, inmenso lirio, mano tenue y alba, pájaro sagrado, belleza ideal, virgen romántica…”. Un recurso que caracteriza la escritura de Vargas Vila es la mutación de los personajes mediante radicales procesos que son denominados por los expertos como “imágenes de inversión”. Se pasa paulatinamente de una atribución positiva a otra negativa en un mismo sujeto. Así por ejemplo, la imagen de Adela empieza a transformarse gradualmente mediante dos elementos: su despertar a la sexualidad y una fiebre puerperal que casi la lleva a la muerte. Gracias al primer elemento, su cabellera antes trenzada, símbolo de su sexualidad reprimida, aparece suelta y alborotada, su cuerpo antes delgado, toma “redondeces amplias que embecellen las curvas de su cuerpo” tornándolo en provocativo; de mujer asexuada y pura pasa a mujer de “contextura voluptuosa y morbosa”. A partir del segundo elemento, Adela que renace al vencer la muerte, se transforma en una mujer endurecida. Esta Adela posee la belleza fría y quemante del hielo que en palabras del narrador es “la mujer hecha para sembrar turbación y el deseo, para inspirar el amor sin sentirlo en su pecho de hielo, es la mujer infame, adultera, es el triunfo del vicio y la depravación sobre la virtud”. Desde ese momento Adela se ha convertido en una verdadera “femme fatale” y en consecuencia destruirá a Teodoro mediante recurrentes adulterios, hasta el extremo de engañarlo con Rodolfo, hermano de su marido. Igualmente Teodoro sufre una metamorfosis: de seductor pasa a seducido, cambia su racionalidad en locura y su fortaleza en debilidad. Finalmente, cuando Teodoro descubre la nueva naturaleza de Adela y comprueba su infidelidad, al encontrarla en los brazos de Rodolfo, recuerda la carta enviada por el Maestro: “mátala, habrás recobrado la dignidad de tu vida / mátate y te habrás redimido con la dignidad de su muerte / mátala o mátate”. El amor que siente por ella le impide agotar la primera alternativa, entonces la expulsa de su casa con la plena conciencia de no poder vivir sin ella y luego se suicida. Esta visión apocalíptica de las relaciones amorosas, explica porqué Ibis fue denominada “la biblia del suicidio” por la racha de muertes que provocó después de su publicación. Entretanto, en María Magdalena, editada en 1917, Vargas Vila ofrece una versión revisionista de la vida de Jesucristo, según la cual su muerte no fue más que la consecuencia bastante mundana de los celos de Judas de Kerioth, cuyo tórrido y carnal romance con María Magdalena había sido interrumpido por Jesús de Nazareth. Este triángulo amoroso, tiene la particularidad de mostrar a Jesús con inocultable apariencia humana, demasiado humano para su condición de profeta. La novela presenta unas escenas en las que Jesucristo se excita sexualmente en presencia de María Magdalena. Una noche mientras oraba, se aparece “casualmente” María Magdalena y no solo le confiesa la naturaleza de su amor por él, sino que “se encarniza en besos asesinos / y sus abrazos que se agitan / con gestos convulsos de alas de un buitre que devora a un cordero… y devorado fue por el pecado el cordero de Dios, que había venido a redimir los pecados del mundo”. Por su parte, Judas se hace apóstol, no por convicción o por conversión, sino de manera oportunista para así poder servir de espía de Poncio Pilatos y para poder destruir a su rival amoroso. Vargas Vila presenta la muerte de Cristo, episodio fundacional de la cultura de occidente, no como un evento mesiánico, sino como un vulgar lío de faldas. La provocación vargasviliana gana intensidad cuando ya al final del relato aparece un “bello efebo” adolescente de Zebadía y se sugiere que éste había sido el amante de Jesucristo antes de María Magdalena. Al final de la novela Cristo es crucificado, rehusando la salvación que irónicamente le ofrece Judas, consistente en “una bolsa repleta de oro” para que abandonase Galilea y con ella a María Magdalena. “vade retro, vade retro… tú no tentarás al hijo de Dios”. Judas se suicida pero no por remordimiento sino por despecho hacia la cortesana de Magdala. Ella personifica la mujer fatal, destructiva y carente de sentimientos. Es la mujer que practica el amor efímero, terreno y carnal, cuya frivolidad no le permite hacer “duelo”, consternarse con la muerte de los hombres que amó. Es la femme fatale sin sentimientos, ávida de placeres, voraz devoradora de hombres, sublimación dramática de “la mantis religiosa”. Casi de manera instantánea olvida a sus dos amantes, en los brazos de un joven centurión desconocido que pasa por allí. “…enlazados por el talle, entraron en el bosque… se alejaron lentamente y en la penumbra densa, no se vio ya sino la cabellera de Magdalena, que, extasiada, miraba al cielo, y, al rostro de su nuevo amor…bien pronto, no se oyó en la soledad, sino el ruido de un beso y otro beso y otro beso… ¡Alma de mujer!, ¡Viva la vida!, ¡Viva el amor!”. Ya nos podemos imaginar el impacto que generó en ese entonces la descripción tan terrenal, tan humana y tan corriente del hijo de Dios, peleándose por el amor de una meretriz, en un país como el nuestro en el que casi un siglo después se rinde culto y veneración a un relicario con una muestra sanguínea de un beato. Como corolario se puede decir que cualquier estudio de la literatura hispanoamericana está en incompleto sin una referencia necesaria a ese fenómeno literario sin precedentes llamado Vargas Vila.

*Abogado Universidad Santiago de Cal
http://www.calicultural.net/vargas-vila/

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Portada de la edición definitiva de "Ante los bárbaros" (Barcelona, 1930)

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